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                      El cuento de "EL Flautista de Hamelín", fue recopilado por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm en 1820, y nos relata la leyenda del pueblo de Hamelín, que en plena edad media, fue asolado por una plaga de ratas. Luego un nigromante andariego y diestro flautista, terminó con la plaga. Una vez resuelto el trabajo y al no ser respetada la paga por sus servicios, se vengó llevándose a los 130 niños de Hamelín. El final trágico, ha hecho que este mito sobreviva hasta nuestros días. Y para efectos de enseñanza, la historia ha sido adaptada con distintos finales, uno trágico de acuerdo a la leyenda y otro feliz, donde los niños vuelven a Hamelín.                        | 
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                      La historia nos lleva a Hamelín, un ordenado y pujante  pueblo del norte de Alemania, ubicado a los pies de la gran Hannover y bañado por el profundo río Weser. Ocurrió que en el año 1284, este hermoso lugar fue invadido  por una plaga de roedores, quienes se apoderaron del pueblo, se comían el queso, lamían la sopa  del mismísimo cucharón del cocinero, rompían los barriles con frutos salados, incluso  irrumpían en las charlas de las mujeres, todo estaba invadido por colonias  de... ratas. 
                         
                        Ante la desesperación y la furia del pueblo, el Alcalde y las autoridades,  agobiadas, buscaban la forma de exterminarlas, entre ellas el concurso  de magos, brujas y nigromantes, pero todo falló, hasta que un extraño personaje, de vestimentas coloridas y  portando una flauta, se ofreció para acabar con ellas en forma rápida y  oportuna. En vista de su rara apariencia nadie lo tomó en serio, pero  ante los repetidos fracasos, el Alcalde accedió prometiéndole diez sacos de  oro, no obstante nuestro protagonista sólo accedió por pago a un solo saco.   
                           
                      Luego el flautista, salió a la plaza y comenzó a tocar en su  flauta una maravillosa melodía que encantaba a las ratas... y todas comenzaron a salir de sus escondrijos y él las  dirigió hasta el río Weser, donde murieron ahogadas. Feliz el pueblo vitoreó al Alcalde, hasta que el flautista  se presentó y exigió su paga. El Alcalde, al constatar lo rápido y simple de la solución a  la plaga, le restó importancia al acuerdo y despreciando al flautista lo echó del  palacio. 
                        El flautista, frustrado e irritado, decidió dar una lección  al Alcalde y al pueblo, y se dispuso a tocar una nueva y fascinante melodía de su flauta que  encantó a todos  los niños de Hamelín, quienes absortos salían de sus casas y escuelas, siguiendo la melodía y al flautista, quien los condujo hacia las montañas. Al llegar al pié de ellas, estas se abrieron y los niños  ingresaron y luego se cerraron, dejando sólo al flautista y a un pequeña niño coja, que por su  invalidez no logró llegar con los demás niños e ingresar a la montaña. 
                           
                          Ahora el pueblo sumido en la más profunda tristeza por la ausencia  de sus niños, reclamó contra el Alcalde y su mezquindad. 
                          El Alcalde obligado por esta insistencia, trató de convencer al flautista de devolver a los  niños. Finalmente y para felicidad de todos lo consigue, no sin  antes,
                      de aceptar el error de despreciar su talento y anular lo acordado. 
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